El camino del
crecimiento es una gran aventura, la cual comenzamos sin saber cómo va a
continuar ni hacia donde nos va a llevar; por eso es un paso que, por lo que
tiene de misterioso, suele producir miedo y en ocasiones nos damos la
vuelta y regresamos al confort de lo conocido, aunque no nos sintamos
satisfechos.
A veces, dar ese
paso supone que las personas que han formado parte de nuestra vida dejan de
reconocernos, y puede aparecer el sentimiento de soledad y abandono.
Ese
momento es el más delicado, porque durante la infancia y adolescencia hemos
necesitado el reconocimiento de nuestros padres, así como de nuestros
profesores, amigos y entorno más cercano.
Es natural que, en los comienzos el suelo se tambalee bajo nuestros pies, sin embargo, suele volver a estabilizarse, si cabe con más firmeza. Y es que no tenemos un mapa que nos indique hacia donde tenemos que ir, por lo que puede resultar algo estresante. Pero la verdad es que no se trata tanto de hacia donde nos dirigimos, sino de cómo vamos a viajar. Todos tenemos un ritmo, y cuando lo perdemos es necesario volver a recuperarlo, por lo tanto no es necesario correr más o menos.
La aventura de crecer no es fácil ni difícil. Es un proceso que suele nacer desde dentro; de la necesidad de conectarnos con nosotros mismos, de satisfacer nuestras necesidades más genuinas y de reconocernos tal como somos para poder aceptar todas las partes. Por fin, ya no es necesario establecer metas tales como "querer cambiar" porque mientras caminamos, cambiamos sin darnos cuenta.
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